El Juego de las Cintas

Fabián Corral B.

Yanahurco, hacienda y paisaje.

 Yanahurco, metida en el “Valle Vicioso”, escondida entre el Cotopaxi y el Quilindaña, es probablemente la última versión de la hacienda de alto páramo. Y es el refugio de la manada más grande de caballos cerreros que tiene el Ecuador. Trescientos chúcaros, casi salvajes, con sus padrillos y yeguas madres, habitan en libertad entre los pajonales; galopan todavía en las llanuras sacudiendo las largas crines, exhibiendo las colas majestuosas, relinchando al viento. Junto a ellos, conviven los venados andinos; cazan entre las breñas algunos pumas y osos de anteojos, vuelan los curiquingues, las bandurrias y gavilanes, y un distante y solitario cóndor se eleva en el cielo azul hasta desaparecer como un punto sobre el perfil de los cerros.

 Yanahurco es una soledad refrescante, conmovedora, enorme, raro espacio que conserva casi intactas las características de la alta cordillera andina, y que influyen poderosamente en la gente que vive en sus riscos y en la que camina por sus chaquiñanes. Los chagras de la zona -Yanahurco, el Tambo, Chalupas- responden al perfil del antiguo hombre de campo: rudos personajes mestizos, hábiles vaqueros, apasionados caballistas, que recuerdan lo que fueron otras versiones humanas de América Latina, hoy casi extintas: los gauchos, llaneros, huasos y charros.


 Los ritos chacareros de las faenas camperas.

 La arreada de caballos cerreros, el cerdeo, la cura y el despalme son faenas camperas que se cumplen cada año. Para los chagras que concurren convocados por la noticia del evento, es ocasión de lucimiento de caballo, jinete y aperos. En Yanahurco se cumple todavía con autenticidad incomparable, lo que sucedía hace un siglo en la pampa argentina, en los valles del centro de Chile, en los llanos venezolanos o en los ranchos mexicanos: las tareas del campo transformadas en fiesta agraria, en competencia viril. Aquí, en el Valle Vicioso -protegido por el Cotopaxi y resguardado los páramos de Pellón Mantana y Caballo Parada- lo que es recuerdo y cosa extinta en otros lares, es hecho cotidiano, trabajo concreto, desafío. Y como toda labor antigua, la arreada y el rodeo, tienen mucho de rito con significaciones y códigos, con jerarquías y tradiciones, con decires y creencias.

Al rodeo de los chúcaros precede la ceremonia de la "trinchera". Los chagras, con riguroso atuendo clásico, aperados los caballos según la tradición criolla, forman en amplio abanico frente a mayorales y hacendados para saludar y recibir órdenes. Exhibe cada cual el mejor poncho, la montura completa, los zamarros nuevos. Las betas que cuelgan de la "guascahuatana", bajo el pellón, son el lujo mayor de estos chacareros y a la vez, la herramienta esencial en el trabajo del laceo y la doma.

 El saludo y el brindis de puro en el "shuyo" hecho de cacho de vaca brava, son parte de un rito que viene de tiempos coloniales y que asegura, según los decires chacareros, la buena suerte en la jornada.


Repunte y arreada de los chúcaros.

 Con el sol haciendo largas sombras sobre el campo aterido -al frente, la enormidad azul del Cotopaxi- temprano aún, sesenta jinetes salen hacia el páramo tras las manadas de chúcaros que, advertidos de la invasión a sus campos usualmente solitarios, galopan buscando refugio en las alturas de las lomas y en el fondo de las quebradas. Pequeños grupos de yeguas y potrillos comandadas por su padrillo se dispersan entre el pajonal, levantando a los venados con el alboroto de sus cascos. Los chagras, a carrera tendida, cortan el paso a los cerreros, silban y gritan, sueltan las betas, flamean los ponchos y van estrechando el cerco a los cerreros que pronto forman una multitud que relincha asustada. Algunos padrillos amagan bravura, manotean desafiantes, sacuden las crines en el afán de proteger a sus yeguas.

Aprisionada por la hilera de jinetes que se va cerrando, la caballada empieza a bajar hacia los corralones de la hacienda. La manada -perdidos los potros de sus madres y las yeguas de sus garañones- es una multitud relinchante. Predominan los castaños, alazanes y zainos. Algún tordillo marca la diferencia. Todos tienen crines hirsutas y colas pobladas. Las pieles lanudas son la marca de los fríos andinos. El aspecto bárbaro de algunos potros alarma a los caballos domésticos que resoplan alarmados ante semejantes congéneres. Las chagras bajan a galope por las laderas, cierran portillos, bloquean quebradas y, pronto, la manada trota resignada por el camino que es un lodazal bravo. Atrás, el páramo queda solitario, despoblado de animales, silencioso como nunca.

La llegada de los cerreros a los corralones es un acontecimiento que saluda la banda mocha con el "toro barroso" y el "alza la pata curiquingue". La chagrería se apea apresurada y, beta en mano, emprende la faena de enlazar para “valonar”, despalmar los cascos, curar y marcar. La tarea es ocasión para competir con el grupo de jinetes cuencanos que llegó a Yanahurco por la fuerza de la afición al caballo y la pasión por el campo. Ahora se verá quién tiene la "mejor mano" y cuál grupo maneja mejor a los cerreros.


Valona, cerdeo y despalme.

 Las betas caen sobre las cabezas de los potros, pialan sus patas y anulan su capacidad de movimiento. Chagras y cuencanos, riobambeños y quiteños trabajan presurosos, "cerdean" crines y colas, cortan los cascos deformes, marcan entre el humo del hierro y los relinchos, desparasitan, curan y devuelven a la libertad potros limpios de crines. Se quedan para el rodeo los cerreros más grandes, los maduros. Regresan al páramo los padrillos, los potros y la yeguas. La faena se prolonga hasta la tarde, entre el griterío de los enlazadores y la música de la banda. Al cerrar el día, declina el ajetreo en el corralón, calla la banda mocha y se inicia la charla junto al fuego, pero el frío, pese a toda precaución, se escurre bajo la espesura de los ponchos. Pronto, la noche se cierra sobre la cordillera. Una enorme y extraña negrura que anula todo vestigio de paisaje, parece cohibir a la gente y la empuja a buscar el refugio de los chozones. Algún relincho lejano recuerda al padrillo olvidado en el pajonal. Lo perros ladran siempre poniendo su nota doméstica en la brava soledad andina.


La doma de caballos cerreros.

 La monta en potro bravo es un desafío viril, antiguo y peligroso deporte de origen hispano-mexicano, extendido por América. Acá, se lo practica desde hace muchos años al estilo chagra, es decir con atuendo completo, zamarro y poncho corto (“cutuponcho” le llaman), y afirmándose en el braguero a dos manos.

La placita de toros de Yanahurco es escenario de la doma. Los domadores hacen gala de coraje y habilidad sobre caballos nunca antes jineteados que salen al coso sometidos por la beta segura de los chagras. En el rodeo criollo se monta a pelo, afianzándose el jinete en el braguero que rodea pecho y lomo del caballo, y buscando el ritmo de los corcovos para resistir. En esa lucha de equilibrios y sorpresas, los segundos son eternos para el domador, que acompasa el contragolpe sin quitar los ojos de la nuca del potro, y para los espectadores, tensos de pasmo y pendientes de esa danza bronca hecha de fuerza, habilidad y coraje.

 El grupo de cuencanos demuestra su solvencia y elegancia. Montan a una mano, saludando con la otra con el sombrero que flamea en el ímpetu del corcovo. Triunfa sin embargo, el chagra Marco Veloz, quien bajo su poncho rojo se enorgullece del trofeo y de la oportunidad de afirmar su identidad, ahora en competencia franca en la que se impone limpiamente.


Los juegos ecuestres: la carrera de las cintas y el gallo enterrado.

Para cerrar la fiesta chacarera, chagras, visitantes y aficionados compiten en las carreras de “cintas” y el “gallo enterrado”. En ambos juegos triunfa la habilidad del jinete en la conducción del caballo. Esos juegos de coraje son ocasión para lucir riendas trenzadas, monturas de vaquería, pellones y ponchos vistosos.

 En la “carrera de cintas”, cada jinete, a galope tendido, debe capturar la cinta que cuelga de una cuerda, metiendo una pequeña estaca que lleva en la mano derecha, en el anillo del que pende la cinta. Gana el caballo que mejor acompasa el galope y el jinete que mantiene el equilibrio incluso parado en los estribos para llegar a la altura de la cinta.

 El “gallo enterrado” el jinete, al galope de su cabalgadura, debe inclinarse hasta el suelo para sacar una estaca adornada de cintas. Los dos juegos se practican en el campo desde los tiempos de la Conquista española. Según las crónicas, ambos fueron parte de la “escuela de la jineta” de origen morisco y eran muy populares en la época colonial. Otras competencias, como la de las cañas, las parejas y las cabezas, han desaparecido.

 Terminado el rodeo, con el pie en el estribo, mientras cierra la noche, veo llegar las nubes tormentosas que cubren rápidamente al Cotopaxi. Al paso, entre los chagras, emprendo el camino perezosamente.





Arreada.- Acción de arrear animales en el campo, llevarlos de un sitios a otro.
Braguero.- Cuerda o beta que se ata en el pecho del potro para que el jinete se sujete en la doma.
Cerdear.- Quitar el exceso de crines y cerdas de la cola de los equinos.
Cerreros.- Caballos semisalvajes que habitan el las zonas altas de la cordillera.
Chúcaros.- Caballos bravos, sin amansar.
Guascaguatana.- Correa de curo crudo de la que se ata al lazo o beta al borrén delantero derecho de la montura de vaquería.
Despalmar.- Arreglar los cascos, eliminar susu deformidades.
Shuyo.- Especie de recipiente o copa de cuerno de vaca.
Valonar o tusar.- Cortar las crines del caballos al rape.