Elogio del Poncho

Fabián Corral B.

El poncho es prenda, pero también es símbolo de la identidad de la cultura mestiza, de un modo de ser. De allí que el hecho de vestirlo tenga significados que rebasan lo utilitario. "Emponcharse" es abrigarse contra las ventoleras, cubrirse de los fríos traidores de los páramos; además, es ostentar la enseña de culturas que vienen de antiguo. El poncho trae enredada en su textura una enormidad de historias, de razones y sinrazones, de contradicciones y leyendas, de episodios y memorias. El poncho es una especie de tejido social, de testimonio de lo que ocurrió en los telares de la cultura que, hace siglos, viene entramando los conflictos y los consensos, las solidaridades y los rencores que están sembrados en el subsuelo de la conciencia nacional.

El poncho es prenda americana nacida en las profundidades de la Colonia. Ni español ni indio; es mestizo. Los prototipos nacionales de casi todos los países sudamericanos lo vistieron. Los huasos chilenos aún se ponen el chamanto corto y colorido. Los gauchos visten como lujo el poncho fino de Santiago del Estero, el tucumano o el pampa. Los descendientes de los araucanos hacen pesados ponchos sureños. La ruana pastusa es derivación del poncho nativo. Con la lana de la alpaca y la vicuña, los peruanos tejen los esplendorosos ponchos claros, y hacen el clásico "poncho blanco de lino", ese que lleva en el recuerdo y en el vals el jinete ideal de Chabuca Granda, el que cabalga desde siempre en el caballo de paso.

Pero si en alguna parte le acompaña todavía al poncho la pureza y la autenticidad es en el Ecuador. Los saraguros, salasacas, otavalos, peguches; las gentes de Tixán, Guamote, Tigua, Ozogoche, los de los altos de Alausí, los de los páramos de Chunchi, lo usan sin afectación, como atuendo cotidiano, despojado de folclorismos y falsificaciones. Para ellos es la humilde y digna prenda campesina, de tejido espeso y trama tupida. Para el chagra, el poncho de Castilla es la prenda cariñosa inseparable del ser chacarero, útil para deambular por los páramos ariscos, para combatir granizadas y dormir en las noches al descubierto; para torear en las fiestas de los pueblos y quitarle durezas al poyo de la casa; para arropar a los guaguas y cubrir las pobrezas.

Ponchos: los hay coloridos, vistosos, grises, pobres, ricos. Hay el poncho pesado, de anchas rayas, ostentoso y enflecado del chagra machacheño. Hay el poncho ligero, corto y simple; el raído por el uso y los aguaceros; el elegante que ostenta el montado en las ferias de los pueblos. Hay que el tapa la miseria y el que guarda la dignidad que otros perdieron. Hay el poncho impersonal, el vergonzante, el que se oculta porque es "ropa de indios", y en estos tiempos, para algunos, ya no es útil ni oportuno serlo.

El poncho es prenda mestiza. La mejor evidencia de la vitalidad y de la vigencia de la cultura nacional, que pervive en los campos, es el hecho de que esa prenda haya quedado como atuendo característico de las comunidades indígenas. Su uso es confesión de identidad nacional, del ser mestizo, desmentido de hipotéticas purezas raciales y culturales. El poncho es bandera de la mezcla y confrontación de culturas, asumida en forma ejemplar por los pueblos indios, cuyos dirigentes quieren ahora, en tardía y equívoca interpretación de la historia, elevar a la condición de teorías políticas a las cosmovisiones que son, apenas, matices de la diversidad social de la nación.

El poncho es prenda simbólica cuyo uso marca a la gente. El poncho representa orgullos, simboliza costumbres, guarda historias ¿Por qué el poncho crea identidades y, al mismo tiempo, marca jerarquías y establece distancias? Hay en su uso secretos, conflictos, orgullos y complejos. En los últimos años, se ha convertido en rasgo de distinción política, en modo de afirmar la "conciencia de ser distinto", en expresión de identidad que quiere marcar distancias con el resto de la comunidad. El poncho se ha transformado, en cierta forma, en instrumento de idioma político, en expresión de una vocación por la distancia con los otros. Pero lo dramático es que esa prenda siempre fue tejido nacional, trama mestiza, mezcla de culturas, fuente de identidades y de vínculos, como es también ese castellano saturado de inflexiones y de palabras quichuas que hablamos todos los días; como es la geografía del país, marcada por el castellano antiguo, el quichua ancestral y los viejos vocablos de las tribus primitivas, que combatieron bravamente con el inca, antes de que llegara la epopeya de la Conquista a nuestras tierras.

La primera reivindicación nacional es el reconocimiento de la cultura. Si de allí partimos, sería valioso ver con ojos afectuosos, pero críticos, los mitos y las realidades, las verdades y los equívocos que cubren los hermosos ponchos criollos.