La Montura Nacional

Fabián Corral B.

Cada país latinoamericano, e incluso cada región del continente, tiene su montura y sus aperos. Todos ellos son modulaciones de los antiguos atalajes y de los estilos de montar que trajeron los españoles a la Conquista de América. Son adaptaciones derivadas de las condiciones y retos del medio. Nacieron de las necesidades, los trabajos y las circunstancias, y de la creatividad de artesanos mestizos. Son productos de las talabarterías de los pueblos, del arte del cuero y del afán de los jinetes de adornar al caballo y de lucirse en rodeos y desfiles. Las monturas tienen, pues, mucha carga histórica, mucha memoria.


LAS SILLAS DE LA CONQUISTA
La jineta

Los conquistadores españoles trajeron los atalajes que se usaban en Andalucía y Extremadura en el siglo XVI. Y así como los caballos andaluces y el estilo de montar tuvieron gran influencia berberisca, las sillas de entonces, que se denominaban de la jineta, acusaban también claro ascendiente morisco. La montura de la jineta era de forma cuadrada, con altos arzones y estribos de hierro que cubrían el pie del montado, muy parecidos a los de la doma vaquera y el rejoneo. Se montaba con las piernas recogidas y dobladas hacia atrás, estribando corto, y con las riendas en la mano izquierda. El fuerte freno morisco permitía el control adecuado del caballo, en una equitación caracterizada por giros rápidos y gran velocidad, apropiada para la guerra con lanza y alfanje. Los jinetes moros no usaban espuela de rodelas, sino acicate de una sola punta y eran muy dados a los juegos ecuestres como las cañas, las cabezas y las sortijas. La silla jineta, ágil y práctica, terminó imponiéndose entre los conquistadores de América. [1]

La jineta, además de una silla, fue un estilo de equitación muy extendido en el sur de España, de donde provenía la mayoría de la gente y caballos que llegaron a América. Fue una verdadera “cultura del caballo” originaria de la tribu de los zenetíes o zenetes, del norte de África, de donde viene la palabra jinete y jineta. Esta caballería musulmana de elite, constituida por montados en animales berberiscos, hizo posible el triunfo de los moros sobre las fuerzas cristianas en la invasión a la Península, que se inició en el año 711 DC. Esa cultura, su forma de montar, el manejo del caballo y sus atalajes arraigaron en Andalucía –Granada era el centro del esplendor morisco- y vinieron con la Conquista. El cronista mestizo Gracilaso de la Vega dice que su país, el Perú, “se ganó a la jineta”. Sus usos y aperos sobrevivieron en el Nuevo Mundo por largo tiempo, incluso cuando en Europa entraron en decadencia y luego desaparecieron.


La estradiota y la brida

Pero, además, en las zonas de Europa y España liberadas de la influencia morisca, predominaba, en el siglo XVI, la escuela de la brida y la silla conocida como estradiota o de brida, antigua montura originaria de la que adoptaron los cruzados de los estradiotes, soldados mercenarios originarios de lo que actualmente es la península de los Balcanes. La brida o estradiota, de estructura grande y pesada, tenía largos estribos, arzón delantero alto, asiento mullido. “La silla de brida o de estradiota, como también se llamaba, tenía un fuste trasero bajo, un pequeño pomo de arzón y el asiento bien mullido. Montado en ella se estribaba holgadamente a toda la extensión de la pierna y el freno que le correspondía era el de “patas largas”, de bocado casi liso, en el que se accionaba por palanca, como en los frenos ingleses actuales, sobre las comisuras de la boca y la mandíbula inferior del animal” [2]

La estradiota o de brida fue silla y estilo de montar propio de los caballeros medievales, vestidos con pesadas armaduras, jinetes en caballos de sangre fría, grandes y lentos. “Este hombre de armas montaba a la brida, con larga estribada, casi parado sobre los estribos, en animales fuertes y de empuje, capaces de soportar tanta armadura.” [3] Generalmente iban acompañados por escuderos que les auxiliaban para equiparse y montar. En los torneros medievales de lanza en ristre, se montaba a la brida.

Los conquistadores trajeron a América también sillas de la brida, aunque usaron con más frecuencia la jineta. A los mejores caballistas se les llamaba “jinete de las dos sillas” en alusión a que había que ser diestro en ambos estilos de equitación, como Hernando de Soto, por ejemplo. Pero, los maestros de equitación y los capitanes de la Conquista aconsejaron siempre el uso de la jineta. “Pero cuando la aparición de nuevas armas y modos de lucha restan importancia a las defensas, se aligera el equipo y en los campos de batalla aparecen los jinetes montando en caballos más veloces, con estribada más corta, que modifica y encoge la figura del caballero en la silla [4]


ADAPTACIÓN Y CREATIVIDAD

En los años iniciales de la Conquista, los caballos eran principalmente animales de combate. Los estilos de montar y los quipos tenían el único propósito de hacer la “guerra a los naturales”, manejar las armas y moverse con velocidad asombrosa y capacidad aplastante. Después, establecidos los españoles en América, la Colonia generó un largo e interesante proceso de adaptación a las necesidades de la agricultura y la ganadería, de los viajes y la arriería. Si bien siguieron usándose por largo tiempo las sillas de la jineta y de la brida, los hombres de campo y los talabarteros criollos empezaron a modificar los aperos en función de otros intereses. Las reses se multiplicaron portentosamente. Las caballadas crecieron, grandes recuas de mulas movían las mercaderías y desarrollaban redes de caminos de herradura, y todo ello implicaba contar con otras sillas de trabajo, de viaje e incluso de deportes ecuestres. “La importancia de los caballos y de la equitación en la sociedad hispánica llamaron la atención inmediatamente a los indios. Y tuvieron que aprender a dar forma a sillas y arneses, sin olvidar los arzones, que les costaron trabajo, hasta de que uno de ellos tuvo la idea de hurtar uno a un talabartero, a la hora de la comida, para poder reproducirlo en forma idéntica” [5]

Ya no se precisaban, entonces, arreos de guerra, sino aperos para viajes y labores ganaderas. Los primitivos modelos europeos terminaros por desaparecer. Los lujosos correajes, difíciles de obtener en el rudo ambiente colonial, se reemplazaron con riendas, jáquimas y bozalillos trenzados en cuero crudo; las piezas metálicas se perdieron y nacieron las tusas y los botones del apero criollo. La pesadas estriberas metálicas cayeron en desuso y surgieron las tarabas de madera labrada y los capachos de cuero. Nacieron los pellones de oveja o de hilo torcido, que en Argentina se llamaron cojinillos, indispensables para los largos viajes. Se inventaron las alforjas y el maletero para el poncho. Los hombres vinculados a la ganadería de altura y de planicie, a la pampa, al páramo y a los rodeos, inventaron las monturas en versión criolla, americana. Se alargaron los estribos de la jineta. El pomo de la estadiota medieval se hizo cabezada para atar el lazo. Sobrevivieron la arretranca, la grupera y el pretal. [6]

Los estilos de montar se fundieron, pero predominaron, en buena parte, las prácticas de la jineta. Gauchos, charros, chagras y llaneros siguen, como los moros, llevando las riendas en la izquierda y manejando al caballo con las piernas, pero adoptaron las pesadas y espectaculares espuelas de los viejos jinetes estradiotes y olvidaron el acicate morisco. Lo curioso es que pese a las distancias y al aislamiento, tanto en Méjico como en Salta, en California como en los Andes, las modificaciones y adaptaciones de los aperos españoles fueron, en lo sustancial, muy similares al principio. Con el tiempo, las versiones se diferenciaron según las regiones, el tipo de caballo y la exigencias de la necesidad o del lujo, de los viajes y los rodeos. Así surgieron la primitiva montura charra en México, la corralera de Chile, la de cajón del caballo peruano de paso, las argentinas de la cordillera y de la pampa, las de vaquería de Ecuador y Colombia.

Las riendas tejidas en cuero crudo mantuvieron en todo el Continente admirable parecido, aunque los tejedores –hombres de campo o aldea- no tenían noticia de que paisanos de otros lares hacían lo mismo a miles de kilómetros. En lo esencial, el trenzado del jato peruano tiene la misma inspiración que el tejido “patrio” de la pampa bonaerense; hay evidente parentesco entre la talla salteña y los ternos o juegos de riendas de la sierra ecuatoriana. Los lazos tienen interesantes expresiones regionales, pero coinciden en su inspiración: la necesidad. Los estribos de madera de la silla del huaso chileno, tienen evidente similitud con las tarabas ecuatorianas, y los dos, con los llamados estribos asturianos que describe Concolorcorvo en el Lazarillo de Ciegos Caminantes, libro que cuenta los viajes que se hacían, hacia 1770, entre Buenos Aires y Lima [7]


LAS MONTURAS AMERICANAS

El proceso de adaptación colonial de las sillas españolas de la Conquista, de sus aperos y estilos de montar, produjo múltiples versiones de monturas americanas, unas vinculadas a los trabajos de la ganadería extensiva, de la agricultura y de los viajes, otras a los juegos ecuestres y a los lujos virreinales de desfiles y paseos. Nacieron verdaderas culturas del caballo, como la charrería mejicana, que dio lugar más tarde al western del cowboy; los refinamientos del caballo peruano de paso; el rodeo chileno; las vaquerías pampeanas del Río de la Plata, los modos de ser llaneros de Venezuela.

La montura de vaquería del Ecuador pertenece a esa generación de aperos de tradición española con fuertes influencias del medio y de las nuevas exigencias del trabajo con ganado, de la Cordillera y de las condiciones de los caminos rurales. Esa montura- como las demás americanas- es un milagro de adaptación, una suerte de mestizaje. Al mismo proceso corresponden los atuendos de montar y de vestir de los jinetes criollos, como los zamarros, sombreros y ponchos.


LA MONTURA DE VAQUERÍA

Esta montura, como su nombre lo indica, está vinculada con el trabajo de ganado. Es la silla del vaquero nacional, llamado en la Sierra chagra y en la Costa montubio. Su estructura –fuste- es de madera de guabo, púsug pata, o algún otro árbol nativo, debidamente retobado en cuero, a veces es de una sola pieza, con refuerzos metálicos en la cabezada, para resistir los templones del trabajo con beta, de allí que se le conozca como “montura de barras”. Tiene la forma de una batea, con el arzón delantero más alto, de forma piramidal, que concluye en la cabezada. El arzón trasero es siempre más bajo.

Los estribos de madera en forma de zueco, labrados en una sola pieza, están reforzados por un cinchón de hierro, cubren y protegen el pie del jinete y se sujetan a la montura con una correa fuerte a la que se adhiere la guarda pierna que aísla la extremidad del jinete del contacto directo con el caballo. A esos estribose los conoce como tarabas. Pueden consistir también en capachos de cuero que adoptan formas de “trompa de chancho”, cabeza perro, etc, y son una estructura de suela fuerte, armada, cosida y remachada sobre un arco de madera o hierro. [8] No se usan estriberas de arco descubierto como las de los vaqueros norteamericanos. Se estriba “donde caiga el pie”, es decir, algo más largo que corto. El hondón del estribo es más bien amplio, y el pie queda en él cómodamente protegido de golpes, lluvia y otras asperezas del camino. Los mejicanos también usaron, por la misma época, una especie de capacho de cuero al que llamaron “tapaderas”, que después fueron adoptadas por los vaqueros norteamericanos, convertidos en herederos de la cultura ranchera. [9]

Una variedad especial de montura de vaquería, casi desaparecida en la actualidad, es la que se conocía como de coraza, que difiere de las otras en que sobre la estructura y asiento de la silla, hay una especie de coraza de cuero que cubre todo el cuerpo, asilando los correajes del contacto con el jinete.

La montura de vaquería es profusa en aperos y correajes. Don Luis de Ascásubi decía que en la Sierra ecuatoriana se viste mucho al caballo [10] . En efecto, al pecho del animal, le cruza el pretal, el anca está rodeada por grupera y la arretranca. En el arzón trasero van insertas las alforjas y el maletero o guarda ponchos. La arretranca, muy propia de la montura ecuatoriana, es un conjunto de correas que rodea el anca y se sujeta por sus extremos a la parte posterior de la montura. A ella se ata la cola del animal. Suele adornarse con pespuntes de cuero o con piezas de bronce. La arretranca tiene funciones importantes en los trabajos de vaquería, porque impide que la montura se corra hacia delante y se desestabilice con la fuerza de los templones de la res enlazada, sobre la beta amarrada a la cabezada.

La silla va cubierta finalmente por el pellón de lana de oveja o de manta, que es un amplio cojín de forma rectangular, que cubre todo el cuerpo de la montura. Va sobrepuesto a ella y se lo coloca y retira según la necesidad. Se sujeta a la cabezada por el ojal. En su interior, el pellón tiene bolsillos para guardar provisiones. Cuando el jinete desmonta, echa el pellón hacia delante, sobre la cabezada de la montura, o lo vira para evitar que se moje o caliente. Esta vieja costumbre de los chagras, también era frecuente en los antiguos gauchos argentinos, según la descripción de los usos de la pampa, que hace Roberto Cunninghame Graham, hacia 1870. [11]

La beta o guasca, en quichua, es un lazo de cuero vacuno, el más largo del mundo, de aproximadamente cuarenta metros de longitud, o veinte brazas en la medida criolla Es de una sola pieza, y se lo obtiene cortando el cuero de toro en forma de espiral, desde los extremos hacia el centro, o viceversa. Se lo tuerce y soba en un poste o bramadero hasta tener una cuerda flexible que es esencial en el manejo del ganado. La guasca enrollada se ata a la derecha del arzón delantero de la montura –el lado del lazo-, usando para ello el guscahuatana o betero: correa y cabresto pequeño y fuerte, que adhiere la beta a la cabezada, cerca de la mano del jinete.

Los juegos de riendas son de cuero crudo trenzado, generalmente anillado con piezas de cobre o de acero. El tejido está hecho en forma de tusas, pepas de ciprés, de palma, y otras formas de trabajar y darle forma al material. El terno de riendas consiste en: jáquima, ronzal, cabezada, ahogador, bajador, ramales de la rienda y látigo que une los ramales. Hay quienes, por lujo, usan la doble rienda o falsa rienda, cuyos ramales enganchan en la naricera de la jáquima. Nuestro freno o bocado es fuerte, articulado en hierro, con palanca, cadenilla y cadena de barbada, que opera sobre el mentón del animal. Tiene claras reminiscencias del antiguo y potente freno morisco del que desciende.

Tanto la montura, como sus aperos y juegos de riendas, responden a la concepción del caballo de trabajo o de viaje. Son esencialmente funcionales. Todo está imaginado y hecho para proteger al montado y dotarle de comodidad. En efecto, en el páramo y en la vaquería, se ve cómo opera este tipo de silla, y cómo en ella nada es superfluo: es el resultado de la imaginación frente a la necesidad. Y también del afán de adornarse en el caballo, de lucir con él.





[1]“Usarán de sillas ginetas y no se consienta silla brida, porque con menos riesgo se vadea un río, y son más prestas al ensillar y se hacen hombres de a caballo.” Bernardo Vargas Machuca, en Milicia y descripción de las Indias, primera impresión Madrid 1599, citada por Salas, op,cit. p. 137.
[2] Justo P. Saénz. Equitación Gaucha, p. 17, Buenos Aires, Emecé 1997
[3] Salas, Alberto M. Las Armas de la Conquista, p. 137. Emece. Bs. As. 1950.
[4] Salas, Alberto M. op.cit. p. 137.
[5] Bernand Carmen y Gruzinsky, Serge. Historia del Nuevo Mundo T. II, p. 265. Fondo de Cultura Económica, México, 1999
[6] El Chagra, Corral, Fabián… p. 72. Imp. Mariscal, Quito 1993
[7] “Para el tránsito de estos impertinentes ríos son de mucho auxilio las botas fuertes, pues de lo contrario se enfadan los pasageros de levantar cada instante los pies, teniendo por menos molestia mojarse, como nos sucedió a todos, menos al visitador, que además de las fuertes votas inglesas, tenía unos estrivos hechos en Asturias de madera fuerte y con faxas de hierro, en que afianzaba sus pies hasta el talón y se preservaba de toda humedad, y así salió con ellos desde Buenos Aires y llegó a Lima en una silla de brida de asiento muy duro sin pellón ni otro resguardo. Tampoco usó en todo el camino poncho ni capa…pero caminaba siempre bien aforrado interiormente. Todo lo demás decía que eran estorbos” Op. cit. p. 255, Editora Nacional, Madrid, 1980.
[8] “En algunas zonas serranas e incluso en Ecuador, le asignan el nombre de “capacho”, debiendo aclarase que estos estribos de madera son antecesores de los hoy muy difundidos “capachos de suela” que presentan una gruesa cubierta de cuero curtido que protege frontalmente el pie…” Devincenzi, Roberto, El Estribo, p. 154. Bs. As. 2001.
[9] “…los charros mejicanos agregaron a sus estribos las tapaderas…que son unas tapas de cuero de timbre grueso, forradas de suela, que cubren el estribo con el fin de defender el pie de las espinas, del polvo, de la lluvia, de las cornadas de los toros y de las patadas de las bestias y hasta de la caída de los caballos…” Rincón Gallardo, Carlos. El Libro del Charro mejicano. Edit. Porrúa, México, 1960
[10] Ascásubi, Luis de, El Caballo de paso y su equitación. Lima, 1968
[11]Delante de la puerta había una fila de palenques para atar los caballos; allí se veía a todas horas del día caballos atados que pestañaban al sol. Los cojinillos estaban doblados hacia adelante sobre las cabezas de la sillas, para mantenerlas frescas cuando hacía calor y secas si llovía; las riendas estaban recogidas por un tiento para que no cayeran al suelo y fueran pisoteadas.” Cunninghame Graham., R. El Río de la Plata, p. 75, Edit. Espuela de Plata. España, 2004