El chagra ecuatoriano: un mestizo esencial[1]
Fabián Corral B.
En las prendas de los chagras serranos, en su montura de vaquería, en el arte rural de los tejedores de riendas, arropado en su poncho, está, oculta y latente, una parte del pasado del Ecuador. Su historia es la historia secreta de la sierra ecuatoriana, de sus pueblos, haciendas, caminos y tambos.
El chagra es un mestizo esencial que logró hacer suyas y traducir a su propia versión vital las tradiciones, pasiones y destrezas que hace quinientos años trajeron consigo los conquistadores españoles. Como ellos, el chagra es, ante todo, un hombre de a caballo. A diferencia de sus tatarabuelos europeos, usa poncho, pellón, guasca y alforjas, elementos criollos nacidos de la necesidad y la afición. Pero, de esos distantes progenitores le viene el gusto por cabalgatas, rodeos, toros de pueblo y riñas de gallos. De la madre india le queda la sobriedad en el decir, la melancolía en el sentir y esa especialísima forma de percibir y entender el “ashpa mama.”
La Relación Anónima de la Audiencia de Quito, de 1573, apunta el nacimiento del chagra en los primeros años de la Colonia. “Habrá en esta ciudad y distrito de la Real Audiencia –dice- dos mil mestizos y mestizas, hijos de españoles e indias de todas las edades: es gente belicosa, ligeros, fuertes e ingeniosos y por la mayor parte diestros en las armas y a caballo, a cuyo ejercicio son muy inclinados y hacendosos”.[2] La misma Relación señala que en ese tiempo había hábiles artesanos, curtidores, silleros y guarnicioneros, que hacían toda suerte de atalajes y “sillas de la brida y ginetas”.
El inglés W.B. Stevenson, estuvo en Quito hacia 1809. En sus memorias dice: “Es encantadora su manera de cabalgar, pantalones, botas y chaqueta, y encima un poncho blanco sobre el cual utilizan otro de menor tamaño...un par de zamarros de piel de cuero de dos cabras viejas se sujetan a la cintura, anudada la parte inferior de los muslos y abotonado el ruedo de las piernas, de modo que los extremos de las pieles caen sobre los pies y como el vellón da hacia fuera va siempre protegido contra la lluvia...se ponen gran sombrero cubierto de cuero; completa su indumentaria una amplia bufanda...que traen envuelta al cuello”.[3]
El Cónsul y viajero español Joaquín de Avendaño estuvo en el Ecuador en 1857. En su viaje a Quito por la antigua “ruta de la sal”, de Bodegas (Babahoyo) a Guaranda encontró “chagras y chagresas de la sierra, cholos, zambos y algunos negros de Guayaquil, presentando una muy pintoresca perspectiva por la diversidad de formas y colores de sus ponchos, sombreros y más atavíos. Todos ellos traían grandes recuas de caballerías... De entre esta concurrencia llamaron particularmente mi atención dos indios. Era el uno alto, robusto, de color bronceado, pequeño sombrero de paja, ancho poncho rayado, pantalón de pieles, grandes espuelas, con un cuerno o bocina en la mano; venía a caballo y conducía una partida de bueyes para Guayaquil”.[4]
Durante la ascensión al volcán Antisana que Whymper hizo en 1883, encontró a un grupo de hacendados y mayorales (chagras) que retornaban, después de rodeo de ganado, a la hacienda Pinantura, “...me sorprendió después de no haber visto una sola alma todo el día, ver aproximarse a un hombre barbado, muy circunspecto y que montaba una hermosa cabalgadura, por sus vestidos, tanto como por su porte, no era con toda evidencia, un viajero cualquiera. Paró su caballo y apenas hubo tiempo de admirar a este distinguido personaje, cuando apareció otro jinete en el recodo más lejano del camino, y después otros y otros, viniendo de dos en dos o de tres en tres hasta un número de unos treinta o algo más. Iban alegres y joviales, ataviados con sombreros de diversos colores, metidos las piernas en peludas pieles, montados todos en buenos caballos y jineteando como si hubieren nacido sobre la silla de montar...venían, cuando nos encontramos de un gran rodeo de ganado.”[5]
Chagras y chacareros, el origen del nombre.
Chagras y chacareros son términos propios de la cultura rural de la sierra ecuatoriana. Según el padre Juan de Velasco, en la jerarquía político-social del imperio incaico, existía el chagra-camayúc, personaje semejante a un jefe de cultivos y chacras. [6] En los tiempos del Incario, según el historiador, esa acepción designaba a una persona vinculada al mundo campesino, pero investida de autoridad. El chagra-camayúc estaba dotado de prestigio y ascendiente social en el campo. Probablemente es el más remoto antecesor de los chagras que, transformados en los mayorales, fueron desde antiguo gente de autoridad, representantes del hacendado que destacaban y aún destacan sobre peones y hombres de a pie.
Chacra, por otra parte, es el terreno cultivado con maíz. Por extensión, se llama chacarero al que tiene tierra, y, además, a quien es entendido en agricultura y ganadería, experto en las labores del campo y conocedor de la cultura rural, hombre con ascendiente entre la gente. En antiguas acepciones, chacra era también la parcela familiar, usada mancomunadamente en las labores de apacentamiento de ganado. En quichua, a quien cuida la parcelas o ejidos, se llama chagra-cama. La tendencia a la simplificación fonética, le dejaría simplemente como chagra, término que quedó para designar al campesino mestizo de la sierra ecuatoriana que realiza labores agrícolas y ganaderas. Se llama así al hombre de a caballo, vernáculo, entendido en las tareas de la vaquería, afincado en costumbres y tradiciones muy viejas, que comprenden desde la forma de montar, hasta los aperos, atuendos, modismos, música y fiestas.
El chagra está vinculado, en su origen, costumbres, cultura y trabajos con las haciendas de valle y altura, con los páramos y los pueblos de la sierra del Ecuador. Es un tipo humano que nació en los días tempranos de la Colonia, con la ganadería extensiva y con las labores de manejo, a caballo, del ganado vacuno en los grandes espacios abiertos de los páramos andinos, en cuyos pajonales y riscos las reses pacen sueltas gran parte del año y se transforman en animales ariscos y, con frecuencia, semisalvajes. Los vaqueros nativos –los chagras- son los personajes centrales de los rodeos, recogidas, hierras y más tareas propias de la vaquería.
El manejo del caballo de trabajo está íntimamente relacionado con esas labores, transformadas en deporte campesino y en ocasión para probar la destreza de los jinetes y la condición de las cabalgaduras. En el trabajo con las reses cerreras[7] y en los largos viajes de los arrieros, nacieron el lazo nativo –la guasca-, el zamarro, los aperos y las numerosas costumbres relacionadas, como los toros de pueblo, los concursos de lazo, las carreras, etc.
[1] El Chagra, Corral B. Fabián, Guarderas Raúl, Serrano Esteban, Serrano Leonardo. Imprenta Mariscal, Quito, 1993. Texto ampliado por Fabián Corral B.
[2] Vargas, José María. Historia del Ecuador, Siglo XVI, p. 220. Ediciones Universidad Católica, Quito 1977.
[3] Citado por Humberto Toscano. El Ecuador visto por los extranjeros. Biblioteca Mínima Ecuatoriana, p. 227. Edit. J.M. Cajica, Puebla, 1960
[4] Avendaño, Joaquín de. Imagen del Ecuador, p. 87. Corporación Editora Nacional, Quito, 1985
[5] Whymper, Edward, Viaje a través de los majestuosos Andes del Ecuador, p. 187-188. Edit. Abya Yala, Quito, 1993
[6] Juan de Velasco, Historia del Reino de Quito, p. 86. Biblioteca Mínima Ecuatoriana. Edit. M. Cajica, México 1960
[7] Cerrero, animal arisco, viene de cerro, palabra que alude al páramo, esto es, a los sectores altos de la Cordillera de los Andes, donde se desarrolla la ganadería extensiva de reses semi silvestres. El páramo es la puna peruana aunque más fértil y cubierta de vegetación. Son zonas frías, despobladas, cubiertas de pajonales, próximas a los nevados y volcanes.